Despojados de marea, bancos de arena extrañan
el titingó de los albatros.
Se desploman trozos azules. Arriba
nada hay que aguardar.
Cuerpo sin savia, regresa a la guarida
del cangrejo negro
No más guateque, sólo el retorno,
callado, a la cuna de sal.
Sin pulso, manos y anhelo
manecillas que giran a la derecha
y se confunden al final de tanta eternidad*
con la negrura de la pavesa.
(*Jaime Loredo)