Esta semana, en verdad, confirmé que andamos más perdidos de lo que suponíamos. En el artículo anterior, de título ‘No tan buen presagio’, hice una serie de comentarios sobre la próxima designación de quien llaman zar anticorrupción, pero las reacciones esperadas de los ciudadanos que pudieran influir se ven todavía tan limitadas que tienden a igualarse con las ya conocidas de los legisladores o funcionarios más lejanos e insensibles que podamos imaginar. Es así que el presente texto de continuación y conclusión del tema, se ganó el título de ‘Pésimo’ presagio.
Esa columna hurgaba en diversos ángulos de los procesos para seleccionar las cabezas de organismos del tipo del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) o sus equivalentes estatales, los cuales no deben verse como panaceas pero tampoco tienen que ser la negación de avances que tanto necesitamos.
Miren, el mejor perfil requiere conocer y entender la política y la función pública. De hecho, preocupan más algunas omisiones que ciertos puntos en exceso: Se trata de elegir a quien tenga experiencia probada, honestidad probada…
Créanme, no le quiero atinar a ninguna predicción de fracasos o desastres, pero tampoco dejo de expresar inquietudes con relación a riesgos probables aunque pueda caer en la ingenua expectativa de que cualquier aviso o sugerencia le vaya a servir a alguien para evadir esas frustraciones. En fin, ¿la esperanza no muere al último?
Las expectativas en torno al nuevo Sistema van desde la nada hasta el paraíso de los remedios milagrosos… y, bueno, si no funciona, pues “ni modo”. Pero, ojo, hay un tercer escenario: Que nos engañemos y, entre la confusión o el desaliento, las cosas puedan empeorar.
Se han derrumbado la popularidad del presidente y la credibilidad de los políticos y los partidos, pero eso no significa que se valga todo en contra de ellos… ¿incluso sangre y acciones que vayan en contra del país?
Para el SNA se pueden buscar grados de pureza que son inusuales en los seres humanos, aparte de que esas condiciones no suelen aportar mucho en cuanto a conocimiento del mundo y las brutales realidades a enfrentar. A los observadores no nos sirve pensar que en México todo está mal, y aún menos propasarnos en algún sesgo personal que nos obsesione.
Digamos, aunque cierto tuitstar se confunda, las convocatorias para titulares de organismos federales y locales en materia de transparencia, elecciones o anticorrupción no excluyen la militancia en los partidos políticos… Al respecto, oigan, sólo precisan que los aspirantes no hayan sido dirigentes o candidatos en un período reciente.
Un abogado malicioso e inteligente me hizo una advertencia en torno al primero de 9 requisitos legales o lógicos que, según recogía en mi texto, debe cubrir el “zar” del SNA (ser un “abogado honesto”). Insiste en que no resultaría fácil encontrar ese individuo, ya que aquí el sustantivo difícilmente va con el adjetivo y viceversa (sobre todo, si hay que agregar años de experiencia).
Los que nos sentimos honrados por ser 100% marxistas (50% Karl y 50% Groucho), pensamos que no está lejos de la verdad aquello de que “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos en todos lados, diagnosticarlos de manera incorrecta y aplicar después los remedios equivocados.” A menudo, claro está, fallan demasiado los seres humanos en áreas como la política, aunque la ingenuidad o la perversidad de la anti-política tampoco contribuyen a que las cosas funcionen mejor.
En tales casos lo más grave es que, al no aportar propuestas sensatas y viables, quienes se obsesionan contra los políticos y ciertos partidos… terminan por empeorar los problemas e incluso pueden complicar las vías de salida que requerimos. Ni siquiera se trata de una perspectiva de “nosotros los buenos y ellos los malos”, sino más bien es cuestión de que los funcionarios se pongan en los zapatos de los ciudadanos, pero también que éstos se imaginen en los zapatos de los censurados gobernantes y legisladores.
La mentira contra la mentira o la intolerancia contra la intolerancia tienden a ser contraproducentes. Igual, nos debe quedar claro que la ilegalidad no resolverá la ilegalidad, ni las guerras van a acabar con las guerras. Si acaso, sugeríamos la semana pasada, las artimañas pueden servir en contra de las artimañas, dado que la ingenuidad tampoco resulta positiva. En cuanto a fanatismos que descalifican a contrarios, ningún moralista tiene asegurada una victoria sobre la corrupción y la ilegalidad… ciertamente, más valen la inteligencia y el pragmatismo.
Digo, ¿qué haría en el SNA un desvergonzado priista o un furibundo anti-priista? El primero sería un lamentable obstáculo, el segundo un efímero chivo en cristalería… ¡Ambos contra todo!
Veremos, pues. Y, ojo, de ninguna manera nos podemos equivocar.
* EL ARTÍCULO DE HOY es el número 650 de la serie que empecé a escribir en el periódico a partir de febrero del 2002, con Florencio Ruiz de la Peña. Sin mayores interrupciones, va ya para quince años de columnas semana tras semana. Se dice fácil pero créanme que me han costado bastante tiempo y trabajo… bueno, casi tanto como lo que disfruto al hacerlas y, sobre todo, al confirmar que ustedes las puedan leer y hasta comentar (mis 4 lectores, diría Catón).
Para alguna nueva época quedarían pendientes temas como ‘Anticorrupción en SLP’, ‘Naufragios sexenales’, ‘Feminismo anti-feminista’, ‘¿Qué pasó con PEMEX?’, ‘Inmortalidad de Dylan’, ‘Miedo a ser gobernador’, ‘La economía mexicana’, ‘Temor al talento y al éxito’, ‘Roth y Murakami’, ‘Un alcalde mafioso’, ‘¿Llegaremos al 2018?’, ‘De Serrat’, ‘Soledad es San Luis’ y ‘Estados mártires’.
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