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Miguel R. Valladares García

lunes 20 de octubre de 2025

Modernidad y seguridad

La evolución tecnológica ha traído, junto con grandes beneficios, enormes riesgos que nos acechan día a día. Las dos guerras mundiales del siglo XX marcaron […]

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La evolución tecnológica ha traído, junto con grandes beneficios, enormes riesgos que nos acechan día a día.

Las dos guerras mundiales del siglo XX marcaron pautas creativas encaminadas al control y a la destrucción, con un despliegue de muestras de inteligencia humana que permitieron al mundo darse cuenta que la técnica podía ciertamente acabar con la civilización como se conocía hasta entonces.

Las bombas atómicas arrojadas en Hiroshima y Nagasaki marcaron un hito histórico a partir del cual la transformación del mundo, gracias a la tecnología, ya no andaba, galopaba.

A finales de la década de los setenta, es decir, poco más de treinta años después de la Segunda Guerra Mundial y a diez de haber llegado a la luna, se hablaba ya de los alcances que en el futuro tendrían las “placas de silicio” con trazados electrónicos que permitirían reducir el tamaño de enseres domésticos e industriales y controlarlos de manera programada. Los transistores primero y los circuitos integrados después eran lo que marcaba la civilización del futuro.

En ese futuro aparecieron, en apenas diez años más aproximadamente, los teléfonos móviles, el internet y se consolidó la computadora personal en casas y oficinas. Y fue solo el principio.

A partir de los noventa se popularizó el uso de internet y evolucionó de manera notable; de ser un virtual tablero de avisos, hoy permite tener acceso a toda clase de información e interacción en todos los órdenes. Las fronteras dejaron de existir y las distancias se acortaron en forma innimaginable hace apenas treinta y tantos años.

De aquellos teléfonos móviles de fines de los ochenta, enormes y con escasísima vida de batería, que llegaron a ser símbolo casi casi nobiliario, a los que apenas veinticinco años después hoy ocupan el mercado de manera total, en manos de todos sin importar edad, nivel social, ocupación, actividad, pasamos de tener un medio de comunicación a distancia a llevar en el bolsillo prácticamente todo: fotos, videos, listas de amigos, datos personales y, lo más notable en este recorrido tecnológico, el acceso a internet en todo momento.

Esta combinación ha popularizado lo que se ha llamado “redes sociales” en donde las personas interactuan y comparten gustos, aficiones, imágenes, ubicaciones, ideas, reflexiones, traumas y más, a veces con conocidos del mundo real y en otras con anónimos y encubiertos, a veces buenos, a veces no tanto.

En esta misma marejada de progreso, las autoridades públicas han incorporado las nuevas tecnologías a sus actividades y ahora la contabilidad se presenta por medios electrónicos, los trámites pueden hacerse usando internet y os registros de llevan en archivos digitales. Eso ha permitido transparentar lo que hay de información en poder de las instancias oficiales. Pero también que se tenga acceso a cosas que no necesariamente debieran ser tan públicas.

¿Quién controla la información? No me refiero a las autoridades o a cualquiera que pudiera “gobernar” lo que se dice y comparte, me refiero a Usted, lector. ¿Usted tiene control de SU información?

A través de contrataciones de equipos de telecomunicación, instalación de aplicaciones en computadoras y teléfonos, participación en redes sociales, gestiones y cumplimiento de obligaciones ante autoridades públicas, nosotros mismos o a través de terceros que comparten sin consultarnos nuestros datos, vamos repartiendo fragmentos de nuestra intimidad a partir de imágenes, lugares que visitamos, comentarios, datos personales que si bien se dispersan por toda la red, no se requiere mucho ingenio para reunir las piezas de ese rompecabezas y armar un perfil completo de cada uno. Y no siempre con buenas intenciones.

Esta reconstrucción la pueden hacer malos y buenos, para los fines que mejor les convengan. Y la única forma de combatirlo es, precisamente cuidar la forma en que se difunde nuestra información, tanto la que entregamos a particulares como la que damos al gobierno.

Un ejemplo de tantos: mucho se extrañan de que lleguen tarjetas de descuento personalizadas emitidas por el Partido Verde. Si sabemos que el Instituto Nacional Electoral les entrega el listado nominal de electores no queda mayor cosa que imaginar sobre el origen de la información. Y sin consecuencias.

Lucrar con bancos de datos personales es un boyante negocio hoy en día, gracias a la evolución tecnológica. Y todo al alcance de la mano.

Si tuviera que pensar en algo como conclusión de esta columna, pondría una pregunta en boca de quien tiene acceso a la información de cualquiera de nosotros:

¿Sabe usted lo que sabemos de usted?

@jchessal

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