No pudo encontrar mejor término Andrés Manuel López Obrador (AMLO) para referirse al golpe de mano propinado, por los personeros del régimen priísta, en la reciente elección mexiquense para gobernador. La manipulación del conteo rápido, con apenas poco más del setenta por ciento de la muestra, dando por presuntamente irreversible una cerrada como temprana ventaja del candidato del PRI, Alfredo del Mazo, a pesar de tener un margen de error superior, evidencia la preocupación del régimen gobernante por la evidente caída en la preferencia electoral de un partido que, hace seis años, ganó en esa entidad federativa con amplia diferencia sobre su más cercano competidor. En contraste, el programa de resultados electorales preliminares arrojó hacia la media noche, con una captura de resultados en actas mucho mayor que el de la mentada muestra, una ventaja de la candidata Delfina Gómez de Morena. Luego, lo que ha seguido es el triunfalismo desbordado de los cuadros distinguidos de la vieja guardia priísta, considerando que ya brincaron el 2018 por anticipado.
Sin embargo, lo que aparece cada vez más claro en el horizonte político electoral del país es la necesidad de que la sociedad mexicana participe más activamente en la definición de la vida pública, no sólo en época de procesos comiciales, sino de manera permanente, evidenciando los excesos y fracasos de una clase política que se resiste a dejar vicios que les reditúan pingües ganancias, sobre todo de carácter monetario. Si bien es cierto que la participación ciudadana el día de la jornada electoral mexiquense se vio incrementada con relación a la anterior elección de gobernador, también es cierto que sigue siendo insuficiente para atajar las trácalas y movidas de un régimen acostumbrado a operar políticamente con todo el poder estatal, repartiendo dinero, promesas, amenazas y hasta violencia para inducir el voto en favor de sus candidatos “oficiales”. Por supuesto que pretenden esgrimir esa participación como legitimación de un triunfo cuestionable, cuando más bien se fortalece la percepción de que, con todo y ese aparato de coacción, ese régimen actual no puede aplastar al adversario como lo hacía antes.
Y, como reza el dicho popular, “lo que no mata fortalece”, pues allí tienen que AMLO sigue siendo el más sólido aspirante a ganar la sucesión presidencial de 2018, toda vez que la fuerza político-electoral que lo impulsa ha sido capaz de disputar cerradamente el proceso mexiquense, a pesar de las acusaciones de presunta corrupción que se hicieron al calor de la campaña reciente y que se han desvanecido rápidamente, además de no registrar un impacto severo en la credibilidad de la gente hacia el proyecto del “Peje”. En cambio, la sensación que prevalece después del domingo es la confirmación de que el PRI no puede ya ganar por sí solo y requiere, además de los recursos de cooptación antes señalados, de convenientes alianzas con otras fuerzas partidistas que le ayuden a sumar los votos necesarios. Por tanto, si finalmente se impone al representante del grupo “Atlacomulco” en el gobierno mexiquense, será como consecuencia de todo un proceso de resistencia que, empero, como parafraseando a uno de los propios ideólogos priístas, terminará por servir como punto de apoyo al inevitable cambio.
Y como es típico del “descontonero”, justificando la deleznable acción, ahora resulta que, según connotados priístas, el gran ganador con los resultados de la elección mexiquense sería… ¡el pueblo de México todo! Vaya con esa persistente cantaleta de asumir que lo nacional es equivalente al PRI, que las instituciones se identifican con el partidazo y que, por eso mismo, bien puede darse paso a una suerte de “fraude patriótico” que impida el arribo de cualquier maloso a un importante cargo público en el país. También queda claro, en esta elección intermedia, que no basta con tanta “reformitis” electoral si no se tiene la firme voluntad de aplicar o acatar la legalidad, sobre todo de los personeros del régimen político que hacen el papel de todopoderosos en sus feudos, como en el caso de los gobernadores abusivos que acompañan a Peña Nieto en la famosa fotografía de inicio de su mandato y que siguen por allí, con toda impunidad, haciendo de las suyas, a pesar de que ya terminaron sus (en)cargos. Así las cosas, con independencia de cómo quede, finalmente, el resultado de la contienda dominical, lo que se avizora es una cerrada disputa por la presidencia de la República, donde el papel que asuma ya la ciudadanía organizada será esencial para determinar el rumbo que requiere el país, un derrotero que no puede ser otro que el de lograr que las cosas no puedan estar más mal de lo que están. Pese al “descontón” desplegado por los personeros del régimen actual, se abre un esperanzador horizonte para que la definición de la política nacional pueda quedar, cada vez más, en manos de la sociedad.